La economía en el siglo XVI
La economía de Chile en el siglo XVI fue fundamentalmente la minera
(en la imagen: faenas mineras) y dentro de esta actividad la labor que alcanzó mayor desarrollo fue la explotación de lavaderos de oro.
El lavadero que primero se comenzó a explotar fue el de Marga Marga, en la desembocadura del río Aconcagua y bastante próximo a Santiago.
Pronto se inició la explotación de los lavaderos que existían cerca de la ciudad de La Imperial, en Concepción, en Valdivia, en Osorno y en Villarrica.
El trabajo de lavar las arenas en busca de pepitas y de polvo de oro era muy pesado, y el hecho de permanecer largas horas en el agua y en la humedad producía entre los indios, que debían realizar el trabajo, enfermedades y muertes. Aquí encontramos otra razón de la guerra de Arauco, ya que los indios rechazaban esta actividad.
Además de oro, se explotaron minerales de plata, cobre y plomo. La segunda actividad económica de importancia, en este siglo, fue la agricultura.
Así, y muy rápidamente en todos los valles se inició la siembra de trigo y cebada. Los frutales europeos como el durazno, el damasco, la higuera, el manzano y la vid, pasaron a formar parte del paisaje chileno.
Caballos, vacunos, ovejas, caprinos, cerdos y las aves de corral, daban vida a las estancias compartiendo con las llamas y guanacos, animales autóctonos de América
La economía en el siglo XVII
A lo largo del siglo XVII la economía del país tomó decididamente una vocación agro-ganadera.
En un comienzo fue la explotación ganadera: los vacunos traídos durante el siglo anterior se reproducían de tal manera que vagaban por cerros y montañas en las estancias. Una vez por año, debía recogerse el ganado para marcarlo; este trabajo era el rodeo. Al mismo tiempo se realizaba la matanza, es decir, el beneficio de las reses.
La reses entregaban importantes bienes que eran consumidos en el país, o bien, enviados a mejorar mercados como el peruano. La carne era salada y puesta a secar a los rayos del sol; así se obtenía el charqui. Los cueros salados eran usados para fabricar cordobanes, cueros y suelas; finalmente el sebo era empleado en fabricar las velas que alumbraban casas y calles.
Sin embargo, durante este siglo, el país se caracterizaba por iniciar su gran producción de trigo y de harina. Los valles, desde La Serena al Biobío, al llegar el verano, brillaban con dorados colores por el trigo maduro. Luego en largas caravanas de carretas, era enviado a las ciudades y al puerto de Valparaíso, donde era embarcado al Perú, país que necesitaba de nuestro trigo para fabricar su pan, ya que aquellos habían dedicado su tierra a plantar caña de azúcar, la que era enviada a Chile, porque nuestro país nunca la produjo. Junto al trigo, alcanzó una notable producción la cebada y el maíz.
La economía del siglo XVIII
Al comenzar el siglo XVIII, Chile continuaba explotando sus riquezas agropecuarias, aprovechando el excelente mercado peruano, donde encontraban fácil colocación y muy buen precio, el trigo, la harina, el maíz, la cebada y los frejoles.
Durante este siglo se inició la siembra de algunos productos como el arroz, el lino, el cáñamo y el algodón. Las viñas abarcaban extensas zonas y los vinos chilenos comenzaron a adquirir calidad.
También se produjo una reactivación de la actividad minera. Si bien es cierto, los importantes lavaderos de oro del siglo XVI habían desaparecido, se explotaron con éxito minas de oro, en las proximidades de Copiapó, en Petorca, Peldehue, Tiltil y Alhué.
La plata alcanzó una buena producción, destinada especialmente a la fabricación de monedas. Los minerales más importantes estaban en Copiapó, Coquimbo, Putaendo y en la famosa mina de San Pedro Nolasco, en el interior del Cajón del río Maipo.
Pero fue, sin lugar a dudas, la producción de cobre la más importante actividad minera de este siglo; las minas en Atacama, Coquimbo y Aconcagua alcanzaron un número significativo, concentrando gran cantidad de población y de capitales. No eran grandes minerales, sino pequeños laboreos que en conjunto alcanzaban una excelente producción.
El cobre chileno era consumido en el país, o bien, enviado al Perú y a España, para la fabricación de cañones, campanas y otros artefactos. Una cantidad no pequeña salía del país en las bodegas de buques norteamericanos, ingleses y franceses, como pago de mercaderías entradas ilegalmente al país.
Durante este siglo, el comercio alcanzó un desarrollo que hasta entonces no había tenido. Se debe recordar, que durante todo el período colonial, Chile, al igual que las otras colonias americanas, estaba sometido al régimen del monopolio implantado por el gobierno español.
Además del comercio con el Perú, Chile enviaba y recibía bienes de otras regiones. Con las provincias del Río de La Plata se mantuvo un tráfico consistente en el envío de cueros curtidos y cobre elaborado; se recibía yerba mate y esclavos negros; estos últimos sólo pasaban por Chile en viaje al Perú, donde alcanzaban mejor precio.
Con España, el comercio directo comenzó mediante el navío de registro, que empieza a llegar hacia 1719. Estos buques se llamaban así porque sólo registraban ante la Casa de Contratación los pasajeros y listas de mercaderías, no sometiéndose a otros requisitos establecidos por dicho organismo.
Pero el comercio con España adquirió mayor desarrollo, con posterioridad al año 1778, cuando el rey Carlos III dictó la Ordenación de Comercio Libre, que permitió a numerosos puertos españoles y americanos, comerciar directamente entre ellos. A Valparaíso y Concepción les fue permitido fletar buques directamente a puertos españoles. Fue durante este siglo en que el contrabando alcanzó un notable desarrollo.
La vida y la cultura coloniales
La casa colonial
casa colonial Durante los siglos coloniales, en Chile se pudieron distinguir: las casas de las personas modestas, simples ranchos de quincha y barro, sin puertas, con pisos de tierra y con escasa comodidades; las casas de las personas de situación, bastante grandes, de fachada sencilla, con ventanas aseguradas por gruesas y bien trabajadas rejas de fierro. Eran todas parecidas y de un sólo piso. Se entraba por un pasadizo o zaguán que conducía a un primer patio, donde se encontraban las caballerizas. Al fondo del patio se levantaban las habitaciones principales de la familia, como eran los comedores y los grandes salones. Todo este conjunto recibía el nombre de cuadra.
Las habitaciones más adornadas eran las correspondientes a la cuadra, es decir, salones y comedores; sus muros estaban cubiertos de gobelinos, espejos venecianos y cuadros religiosos. Del techo colgaban inmensas lámparas de bronce con velas de sebo. Sillones cómodos y en un rincón los instrumentos musicales como el arpa y el clavicordio. Eran infaltables los grandes braseros de cobre y de bronce, los que además de calefactores, servían para calentar el agua de los mates.
A continuación venía un segundo patio con jardín en cuyo alrededor se levantaban los dormitorios. Finalmente la casa remataba con un tercer patio donde se encontraban la cocina y las habitaciones de la servidumbre.
La tertulias
En la cuadra se realizaban las tertulias o reuniones de la familia y sus invitados. Las damas se sentaban en cojines y los varones en sillas de cuero repujado. Se realizaban juegos de salón como el “corre el anillo”, “la gallinita ciega”, al término de los cuales se daban prendas y las consabidas penitencias.
Mientras los jóvenes así se entretenían, los mayores tomaban mate, o bebían mistela, ponche o algún vinillo, mientras se comentaban los sucesos de la ciudad.
Pero sin lugar a dudas, la afición era por el canto, la música o el baile. Toda niña debía tocar el arpa o el clavicordio y deleitar a sus invitados con algún canto o declamación. Los bailes preferidos eral el fandango y el zapateo; más tarde se introducirán el minué y la contradanza, bailes de origen francés.
La comida
Naturalmente la comida evolucionó a lo largo de los siglos coloniales. En una primera época abundaron los guisos elaborados con productos más bien indígenas, acompañados de carne, humitas, choclos y carne asada. Luego, se fueron introduciendo en la dieta los productos europeos y los platos van variando, aunque se manifiesta el gusto por el maíz, el charquicán, la empanada y las sopaipillas.
De este modo, se consumían también pavos, perdices, toda clase de pescados y mariscos, porotos y lentejas, por supuesto acompañados de ají picante y de vino, chicha y mistela.
Una costumbre nacional era la del mate; dos veces al día por lo menos, era necesario cebar los ricos mates de plata o las modestas calabazas para disfrutar de una bebida reparadora, que fue siendo desplazada por la introducción de té y del café.
El vestido
El hombre del campo y de la ciudad usaba el poncho, una camisa tosca y anchos calzones amarrados bajo la rodilla, medias de variados colores con polainas y zapatos de cuero, en que remataban las espuelas generalmente de plata; cubría su cabeza con un sombrero puntiagudo de paja o paño llamado bonete maulino. Los hombres de posición seguían la moda europea, generalmente francesa, de la peluca empolvada, casacas bordadas con hilos de oro, chalecos floreados, calzón corto, medias de seda y zapatos con hebillas de plata. Las mujeres seguían la moda que dominaba entre las damas de Lima. Para ir a la iglesia llevaban un traje largo con cola y una mantilla de encajes, con la que cubrían la cabeza y la cara.
Las fiestas
Las fiestas se podrían dividir en civiles y religiosas. Las fiestas civiles más importantes se realizaban con motivo de la ascensión al trono de un nuevo monarca, el nacimiento de un príncipe real o bien por la llegada de un nuevo gobernador. Con tales motivos se organizaban corridas de toros, desfiles de carros alegóricos, representaciones teatrales, bailes populares, lanzamientos de fuegos de artificio, competencia de volantines, carreras de caballos y otras que envolvían a todos los habitantes de la ciudad.
Las fiestas religiosas eran muy solemnes. La muerte de un rey era motivo de una gran misa a la que asistían todas las autoridades.
La llegada de una bula papal se realizaba por el paseo del documento rodeado de sacerdotes y cuerpos militares. Pero sin lugar a dudas, las fiestas más importantes eran las correspondientes a Navidad, Semana Santa, Corpus Christi y el día del Patrono de la Ciudad. En la capital, el día de Santiago era recordado con especial dedicación. En todas estas fechas se llevaban a cabo procesiones donde alcanzaban gran realce el desfile de la cofradías o agrupaciones devotas de algún santo. Las más lucidas eran las de los negros, por sus suntuosos vestuarios y lo peculiar de sus santos.
La cultura colonial
– La literatura: Nuestro país desde muy temprano se vio favorecido por la presencia de importantes hombres de letras. Es así como ya en el siglo XVI , surge La Araucana del poeta español Alonso de Ercilla, y el Arauco Domado del poeta chileno nacido en Angol, Pedro Oña.
En el siglo XVII aparecieron interesantes obras literarias como La historia general del reino de Chile; Flandes Indiano del padre Diego de Rosales; Histórica relación del reino de Chile del padre Alonso de Ovalle; Desengaño y reparo de la guerra del reino de Chile, del capitán español Alonso González de Nájera; El cautiverio feliz de Francisco Pineda y Bascuñán, quien en su poema contó las aventuras que vivió entre los araucanos, luego de caer prisionero.
– La pintura y la escultura: Durante el siglo XVI no hubo en Chile un desarrollo adecuado de las artes plásticas; habían tareas más urgentes que realizar, como era afianzar la conquista del territorio. Sin embargo, se puede percibir algún primer intento de este arte en la construcción de la catedral de Santiago y en la Iglesia de San Francisco, sobre todo en altares y campanarios.
En el siglo XVII, la construcción estuvo orientada especialmente a establecimientos militares y religiosos: los altares, púlpitos, puertas de las iglesias, eran tallados a mano usando las más nobles maderas del país. Las pinturas religiosas así como las imágenes eran traídas desde Lima, donde pintores y escultores encontraron fama. Sin embargo, en Chile hubo en este siglo un notable pintor: Juan Zapaca Inca, artista que pintó la vida de San Francisco y que a través de sus cuadros con escenas de la vida del santo es posible conocer los trajes, costumbres y formas de vida de Chile en ese siglo. Hoy se conserva parte de sus obras en el Museo de San Francisco.
Durante el siglo XVIII se mantiene en las artes plásticas la influencia de los estilos llamados “quiteño” y “cuzqueño”; pero desde mediados del siglo llegan al país jesuitas alemanes que influyen poderosamente en el desarrollo artístico de Chile. Estos jesuitas trabajan en los talleres que mantenía la Compañía de Jesús en Calera de Tango; desde allí salen muebles, relojes, campanas, cuadros, cálices, patenas e imágenes sagradas que van a embellecer el templo de la Compañía en Santiago. Sin embargo, esta tarea se ve detenida con la expulsión de los jesuitas en el año 1767, durante el reinado de Carlos III.
Otro aporte importante al desarrollo estético del país ocurre durante el siglo XVIII. En el año 1780 llega al país el arquitecto italiano Joaquín Toesca. Su tarea fue inmensa: terminó la construcción de la iglesia de La Merced, de la iglesia del Hospital San Juan de Dios y del Cabildo.
Pero su obra más importante fue la construcción de la Casa de la Moneda .